domingo, 22 de enero de 2012

El Maximato y Vasconcelos.


EL PARTIDO NACIONAL REVOLUCIONARIO
Y LA CAMPAÑA VASCONCELISTA

Alejandra Lajous Vargas

José Vasconcelos Calderón se propuso la quijotesca tarea de despertar la conciencia política del pueblo y, con base en ello, vencer en las elecciones presidenciales de 1929. Su fe en la democracia lo hizo lanzarse a una campaña presidencial destinada irremisiblemente al fracaso, ya que en ella habría de enfrentarse, no a un individuo, sino a una organización de reciente creación pero apoyada en realidades y mecanismos muy arraigados en nuestro país.
La lucha de Vasconcelos contra el Partido Nacional Revolucionario fue la lucha de un idealista contra la realidad y, por ende, el resultado no pudo ser distinto.
La desigualdad de los contrincantes en términos de organización, de capacidad de manipulación y de fuerza para imponer sus decisiones políticas nos da un indicio de lo absurdo del esfuerzo vasconcelista en términos políticos.
El Partido Nacional Revolucionario fue el instrumento creado por la elite revolucionaria dominante, con el objeto de coordinar las actividades políticas de las diferentes regiones del país, es decir, de los diferentes hombres fuertes, a fin de evitar choques armados entre ellos, así como para poder presentar un frente unido a cualquier individuo o grupo que pretendiese amenazar el monopolio que dicho grupo ejercía sobre el poder político.
La fuerza del Partido Nacional Revolucionario (PNR) derivaba directamente de la suma de fuerzas de los grupos que se habían amalgamado para formarlo. Por ello, es necesario que recordemos quiénes formaban dicha elite y cómo lograban acaparar un poder real.
Para entender el surgimiento de la elite revolucionaria, tenemos que remontarnos a su origen, al movimiento armado ocurrido entre 1910 y 1917, y señalar que la fragmentación del poder fue la principal consecuencia política de la Revolución Mexicana. La destrucción del sistema político centralista creado por el gobierno de Porfirio Díaz engendró facciones. En un país tan poco adelantado en su desarrollo social y político como lo era México en la década 1910-1920, esto permitió la formación de ejércitos carentes de lealtad nacional, que pronto se convirtieron en los grupos armados personales de los líderes más destacados. Puesto que triunfó el movimiento constitucionalista, los generales que participaron en él se convirtieron en los herederos del poder porfirista.
Sin embargo, estaban fragmentados y gobernaban feudos autónomos. Hansen explica esto con mayor claridad:
los nuevos generales habían creado sus propios ejércitos y la lealtad de esos soldados nunca iba más allá de sus propios jefes. Los generales se convirtieron rápidamente en caudillos regionales [...]; en esa forma los estados se transformaron de "satrapías" dadas en depósito por el gobierno central a su funcionario leal al dictador, en feudos autónomos gobernados por comandantes militares locales.[ 1 ]
Para pertenecer a la elite revolucionaria en 1929, no bastaba con haber sido constitucionalista en 1917, hacía falta haber apoyado la rebelión de Agua Prieta en 1920, secundando con ello al general Álvaro Obregón, y no haber participado del lado rebelde durante las rebeliones delahuertistas en 1924, de Gómez y Serrano en 1927 o de Escobar en 1929. Es decir, hacía falta haber atinado siempre al ganador en los zafarranchos revolucionarios. Naturalmente no todos habían sido tan afortunados y, por ello, la elite se había depurado y reducido. No eran muchos los componentes del grupo revolucionario, pero sí eran muy fuertes. Sobre todo, tenían bien claro que, para continuar siendo miembros de esa elite, habían de seguir, en ese momento, las "orientaciones" del general Plutarco Elías Calles, ya para entonces jefe máximo de la Revolución.
La sumisión de los gobernantes militares a Calles se hizo muy aparente a través de la participación real de todos ellos en el club de los poderosos, el PNR. Esa participación brindaba seguridad para quienes sólo deseaban seguir ejercitando su poder en un determinado feudo, o cuando menos así se planteó en 1929. Dicha seguridad se obtenía apoyando las iniciativas de Calles, y ninguna resultaba tan clara, a partir de marzo de ese año, como la necesidad de apoyar al candidato presidencial del PNR, fuese éste quien fuese. Por selección del jefe máximo, el ingeniero Pascual Ortiz Rubio resultó ser el afortunado.
La forma en la que los miembros de la elite revolucionaria podían manifestar su apoyo real a la candidatura presidencial de Pascual Ortiz Rubio y, por lo tanto, al PNRy a Calles era echando a andar sus maquinarias políticas locales a fin de asegurar el triunfo real o formal de dicha candidatura en sus respectivas regiones. El triunfo trataría de obtenerse por medio de la votación, aunque ésta fuese manipulada y, en caso de no lograrse este objetivo, imputando el triunfo a Ortiz Rubio. Dicha actitud llevaba implícita, naturalmente, la capacidad de imponer decisiones aun cuando esto requiriese de la violencia. Es decir, quienes así actuaron se sentían con la fuerza necesaria para controlar cualquier rebelión que por ese motivo surgiese.
Es interesante reflexionar sobre la organización de las maquinarias políticas locales, ya que serían ellas las encargadas de obtener el "triunfo" de Ortiz Rubio, así como también sobre los ejércitos regionales encargados de sancionarlo o imponerlo.
Las maquinarias políticas locales no eran otra cosa que los mecanismos de los que siempre se había valido el caciquismo para funcionar, y en tanto esto es cierto, eran tan antiguos en nuestro país como la historia misma. El cacicazgo ya había sido utilizado, y por lo tanto aceptado formalmente, durante la dictadura porfirista. Por ello, los generales triunfantes pudieron utilizarlo con sólo amoldarlo a su propio estilo, esto es, arrancándole los supuestos refinamientos con que el gobierno de Díaz lo había adornado.
El caciquismo se apoyaba en el control que determinados individuos ejercían sobre ciertos grupos organizados regionales o sectorialmente. La amplitud del grupo dominado determinaba la importancia de su jefe o cacique, que podía ir desde el control de un pequeño grupo de obreros o campesinos, o de un pueblo o municipio, hasta el control de una amplia región o sector. Su funcionamiento era idéntico al del engranaje de una maquinaria en la que la pieza mayor acciona el movimiento de otras piezas menores, repitiéndose esto sucesivamente hasta llegar a las más pequeñas. El número de caciques pequeños y medianos dependía de la amplitud de zona, o de la fuerza con que su jefe dominase, siendo estos últimos los comandantes o gobernadores comprometidos en el PNR.
Pero no olvidemos, y esto es determinante, que además de las maquinarias políticas, los hombres fuertes contaban con grupos armados encargados de ejercer la violencia indispensable para hacer coercitivos sus mandatos. De otra manera, el dominio y la capacidad de manipulación no hubiesen podido ser reales. Concluyendo, sólo la capacidad organizativa aunada a la capacidad coercitiva formaban a un auténtico cacique.
Ahora bien, si a través del cristal del caciquismo miramos lo que fue el mapa político de México en 1929, comprenderemos la fuerza del instituto político que logró amalgamar las organizaciones políticas regionales, creando con ello un frente prácticamente infranqueable. Con esto, no queremos decir que el PNR careciese de defectos, debilidades e incongruencias, puesto que somos muy conscientes de que no todo el país estaba sujeto a través del caciquismo, así como de las dificultades existentes entre los diferentes caciques que veían en la fuerza de otros un peligro para sus intereses.
Sin embargo, y pese a todo ello, el Partido Nacional Revolucionario encontró, en la amalgama de las maquinarias políticas locales, la posibilidad de introducir su criterio, su disciplina y su candidato, hasta los últimos municipios, utilizando para ello los ductos políticos ya existentes y en operación.
Así, el PNR se convirtió en el pulpo político que logró extender sus tentáculos en el curso de unos meses por todos los municipios del país. La campaña presidencial de Ortiz Rubio fue la ocasión para ello, puesto que fue la primera contienda electoral en la que participó el nuevo partido político, y que resultó, por consiguiente, muy interesante, pues en ella se implementó realmente la decisión tomada el 3 de marzo de 1929, cuando se creó el PNR. La coordinación de las maquinarias electorales creó una organización que aún hoy en día no ha sido superada. Ello fue particularmente evidente dadas las debilidades personales y políticas de Pascual Ortiz Rubio, pues no cabe duda de que la falta de prestigio del candidato obligó al PNR a demostrar su capacidad manipuladora en circunstancias adversas.
Ésta fue una campaña extensa en la que el candidato visitó más de doscientos poblados distintos. Lo sorprendente fue su organización, ya que en cada lugar por donde pasaron los miembros de la gira electoral, encontraron pueblos engalanados para la ocasión, y a multitudes dispuestas a aplaudir y a vitorear al candidato presidencial del PNR. Esta organización, de la que habrían de sentirse tan satisfechos los jerarcas del partido, demostraba, en sí misma, la cooperación de los líderes regionales. Es interesante saber que los grupos integrantes del PNR no sólo prepararon el ambiente de la gira, sino que también sufragaron los gastos que ésta provocó. El presidente del Comité Ejecutivo Nacional[ 2 ] del PNR, Manuel Pérez Treviño, declaró en agosto de 1929: "El C. Ortiz Rubio ha podido recorrer 14 estados sin más gastos que los personales y del órgano periodístico del PNR".[ 3 ]
La ausencia de erogaciones de la gira electoral, o cuando menos la moderación de ellas, nos comprueban la complicidad del PNR con los gobiernos locales. Pero ciertos gastos existieron, y la forma de pagarlos habría de hacer verdaderamente descarada la relación del PNR con el gobierno. Emilio Portes Gil, entonces presidente de la República, impuso una deducción al salario de los empleados gubernamentales, correspondiente a siete días de trabajo al año, con el objeto de sufragar los gastos del partido.
El financiamiento desde luego es fundamental, pero explicado el origen de éste, resulta conveniente observar la rapidez con que el PNR logró penetrar por todo el ámbito nacional, y cómo lo controló. El Nacional Revolucionario, periódico oficial delPNR, publicó el 10 de agosto de 1929 un artículo que explica la organización del partido:
Su principio general [de organización] es la federalización de las actividades y la centralización de la dirección; una repartición de zonas geográficas en estados, municipios y unidades municipales [...] con la adopción del programa nacional general, del programa estatal del estado y con el propio e inmediato del municipio correspondiente y una estrecha disciplina de escala jerárquica que culmina en el Comité Ejecutivo Nacional [...]; el comité municipal es en la organización del PNR la célula vital por excelencia [...]; es allá, en la periferia, sobre el sendero con las masas amorfas e indiferentes, donde la propaganda, la regimentación, la labor organizadora señalan la verdadera línea de fuego de todas las campañas electorales, a diferencia de los procedimientos anteriores, que insistían en acumular en el centro las actividades de los políticos selectos para hacerlas descender a los poblados [...]. No hay un punto del país en donde una célula política no esté en movimiento, dentro de su radio propio, vibrante como una rueda de engranaje nacional al que imprime el movimiento una sola cuerda, y en el ritmo uniforme que arranca una doctrina política única que lo es el programa de Querétaro.
La cita anterior es confirmada con los datos que publica el PNR el 1o. de julio de 1929, de los que se desprende que el partido tiene, en cinco mil municipios que forman la República, cinco mil unidades de arranque, reforzadas en doscientos ochenta centros distritales, subordinados, a su vez, a los treinta y un partidos políticos de estado que reconocen una sola directiva en el Comité Nacional del PNR. Se señala que las mil ochocientas unidades de apoyo de la Revolución, es decir los diferentes partidos políticos, que durante dieciocho años actuaron con nombres y lemas diferentes, ahora están unidos bajo el lema: "Instituciones y Reforma Social", lema del PNR.
Como vemos, existe una supuesta democracia piramidal de la que mucho se enorgullecen los directivos del partido, pero que de hecho, sirve para demostrarnos, una vez más, la cooperación de las maquinarias políticas locales, altamente arraigadas en el país, así como la complicidad de éstas con el gobierno constituido.
Otro aspecto que hizo muy interesante el desarrollo de la campaña presidencial de Ortiz Rubio fue que, en el curso de ella, sobre todo a través de los discursos pronunciados por Manuel Pérez Treviño, presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PNR, fueron apareciendo los rasgos que caracterizaron, posteriormente, la actuación del nuevo instituto político que, hasta ese momento, se presentaba como una incógnita.
Durante la campaña presidencial hubo temas que se repitieron constantemente, y que además fueron apoyados por hechos determinantes. Estos temas fueron fundamentalmente dos: 1) la disciplina partidista y 2) el ecumenismo ideológico delPNR.
Es interesante estudiar con mayor detenimiento el origen y la razón de estas dos grandes directivas, que no sólo fueron vigentes en 1929, sino que habrían de marcar el desarrollo posterior del partido que, en nuestro país, ha gobernado hegemónicamente desde entonces.
El concepto que el CEN del PNR va a manejar cuando utiliza el término "disciplina" implica, fundamentalmente, la necesidad de que los políticos locales acepten la guía del centro. Es el origen de una centralización, de una coordinación de políticas regionales indispensable para cualquier Estado moderno. Sin embargo, la realidad histórica había dividido al país en zonas semiautónomas que ahora habrían de empezar a "disciplinarse", enseñándose a admitir un guía a nivel nacional. Esta labor implicaba un cambio profundísimo en nuestro sistema político, pero como el momento era propicio para que se diese, éste comenzó precisamente durante el periodo que nos ocupa. La palabra disciplina estaría en la boca de todos, aunque representase una contradicción con la promesa de autonomía política local que había hecho el PNR al constituirse.
La disciplina que, como hemos dicho, significaba lealtad al CEN del PNR, se convirtió en el adjetivo calificador más importante para cualquier político, ya que cualquier otra virtud política era intrascendente si el virtuoso no era disciplinado, y cualquier defecto era tolerable si quien lo había cometido era "disciplinado".
Hubo hechos que apoyaron esta nueva posición. Ciertos cambios políticos de importancia estuvieron directamente relacionados con el nuevo espíritu de disciplina, es decir, a la necesidad del PNR de contar con el apoyo irrestricto de las organizaciones locales. Se buscó que sólo hombres leales al centro dirigiesen las maquinarias políticas regionales: las ligas del PNR con el aparato burocrático-gubernamental permitieron dichos cambios. Los gobernadores o jefes de operaciones militares que no quisieron o no supieron alinearse al PNR fueron destituidos en todos los casos posibles, en tanto que quienes respetaron la nueva línea de acción recibieron un apoyo irrestricto. Por otro lado y para estructurar mejor el apoyo regional al PNR, los estados que por diferentes motivos tenían gobiernos provisionales fueron reorganizados y, durante dicha maniobra, el PNR colocó a sus gentes en los puestos clave.
La otra directriz importante de la que hemos hablado es la actitud ecuménica del PNR. Esto resulta lógico y natural si recordamos que el PNR no surgió como resultado de una teoría, sino como solución a una crisis política concreta. El PNR aparece como una institución vaga e indefinida, a la cual sólo el tiempo y las circunstancias obligarán a concretarse. Al momento de su surgimiento, trató de obtener el máximo número de partidarios, y como su fundación obedeció a motivos pragmáticos y no ideológicos, no encontró ningún empacho en abrir sus puertas a todos. A partir de entonces la falta de definición política o ideológica se convertirá en una de las características más importantes del partido. Pérez Treviño explicó en diversas ocasiones que el PNR había sido concebido como elemento de unión, ya que la unión era la única manera de conservar las conquistas revolucionarias. A través de El Nacional Revolucionario, en su sección de editoriales no firmados, encontramos frecuentemente frases como éstas:
El ciudadano Ortiz Rubio en las circunstancias más reveladoras mantiene el propósito de unión, de tolerancia recíproca entre las clases sociales [...]. Un programa político puede contener garantías para los intereses de todos; intelectuales, burgueses y proletarios [...] Hecho importante y evidente [...] la plena incorporación de todas las clases sociales al movimiento político que organiza el PNR para solucionar pacífica y democráticamente la sucesión presidencial.[ 4 ]
La tolerancia era amplia; lo importante era engrosar las filas. Ejemplo interesante de esto son las siguientes palabras: "En México -ya lo hemos dicho a los comunistas de buena fe-, el PNR constituye el sitio honorable donde caben la acción radicalista, la organización centralista y aun la evolución moderada.[ 5 ]
Como comprobación de la falta de ideología política, o cuando menos de congruencia política, está el programa del Partido Nacional Revolucionario. De su lectura salta a la vista la contradicción que encierra: por un lado pretende un nacionalismo, un populismo claro, una pretensión de fijar sus políticas en beneficio de las clases desposeídas, y por el otro, la política financiera nos demuestra que de hecho el país dedicará la mayoría de sus recursos al pago de las deudas internas y externas; incluyendo la deuda agraria, lo cual beneficiaría a las clases poseedoras. Demagogia revolucionaria acompañada de políticas altamente conservadoras; la contradicción es evidente en todas las facetas del programa.
Finalmente, y lo menos importante de la campaña presidencial, tenemos al candidato mismo. Pascual Ortiz Rubio fue manejado como un títere por el presidente del CEN delPNR. Sus discursos fueron anodinos y su papel secundario. Su figura política personal quedaba minimizada frente a la de su contrincante en la contienda electoral, José Vasconcelos.
La consolidación del PNR se nutrió, necesariamente, del triunfo sobre sus opositores. De entre ellos los únicos que realmente amenazaron su existencia, así como la supervivencia de la ideología revolucionaria, fueron los cristeros. El desarrollo del conflicto Estado-Iglesia fue muy complejo, y aunque estuvo presente cuando menos hasta junio de 1929, fecha en que fue formalmente solucionado, no lo vamos a considerar en este artículo dedicado, concretamente, a la contienda electoral que culminó en noviembre de ese año.
Otros opositores reales del PNR fueron los generales que se rebelaron en marzo de 1929, guiados por José Gonzalo Escobar. Este movimiento armado fue superado con bastante facilidad por los militares leales al gobierno y al PNR, esto es, por los militares que aceptaron la jefatura máxima de Calles. Sin embargo, esta rebelión afectó directamente al concurso electoral en tanto involucró a dos de los precandidatos presidenciales, a Gilberto Valenzuela y a Antonio I. Villarreal. Al ser vencida la rebelión escobarista, quedaron automáticamente eliminados los precandidatos mencionados. Luego el único adversario al que tuvo que enfrentarse el candidato delPNR fue José Vasconcelos.
Estudiar la campaña vasconcelista resulta atractivo, pues representa el último esfuerzo de tipo "maderista" por obtener el poder, es decir el último esfuerzo que haya habido en el país basado en la fe en el libre juego democrático. Pero más interesante que este aspecto, que casi podría llamarse romántico, está la demostración de que ya existía en México un partido único.
La capacidad organizativa del PNR, de la que hemos hablado con anterioridad, toma mayor relieve al ser contrastada con la desorganización de quien sólo contó para hacer su campaña presidencial, con la buena voluntad de quienes lo ayudaron y contribuyeron de su peculio personal a sostenerla.
Creo conveniente aclarar que nuestro interés en el vasconcelismo se limitará a la campaña presidencial de José Vasconcelos, y lo que ella significó en el medio político mexicano de 1929. De ninguna manera pretenderé explicar la personalidad integral de Vasconcelos, ya que ésta, dada su complejidad, abarcaría múltiples campos.
La imagen política que Vasconcelos proyectó en 1929 era la de un reformador, la de aquél que deseaba una revisión del concepto mismo de " la Revolución", ya que consideraba que los políticos que en esos momentos sustentaban el poder lo habían desvirtuado, convirtiéndolo en un negocio personal. Su postura política se fundamentaba en premisas éticas. Él consideraba que lo más necesario era: "rescatar las normas morales sin las cuales, el más atrevido progreso material, carece de bases de sustentación".[ 6 ]
Vasconcelos era visto por sus seguidores como "el maestro". Poseía para ellos una gran autoridad moral. Al respecto Mauricio Magdaleno nos dice que Vasconcelos era: "no nada más nuestro candidato a la presidencia de la República, sino el apóstol de cuanto constituía para nosotros la más preclara excelencia del espíritu".[ 7 ]
Pero antes de entrar al análisis de la campaña, conviene establecer el origen de su autoridad moral, ya que sobre ella habría de apoyar su imagen política.
José Vasconcelos fue llamado, durante el interinato de Adolfo de la Huerta, para ocupar el cargo de rector de la Universidad Nacional, convirtiéndose, a partir de ese momento, en una figura política. Con anterioridad, había destacado como estudiante y como intelectual, habiendo sido presidente del famoso Ateneo de la Juventud. Sin embargo, su obra educadora comenzó en la rectoría de la Universidad y con ello, una nueva era para la educación en México.
Al aceptar el cargo que le ofreció De la Huerta, anunció que no estaba dispuesto a asumir la rectoría de un "monumento ruinoso" preocupado sólo de cultivar patrones extranjeros. Llegaba como "un delegado de la Revolución " para establecer "un sistema educativo rápido, intenso y efectivo para todos los hijos de México. No era suficiente enseñar francés en la Universidad mientras las calles capitalinas estaban llenas de niños abandonados y desatendidos".[ 8 ]
La Universidad, bajo el impulso de Vasconcelos, inició una activa campaña contra el analfabetismo, haciendo un llamado urgente para que todos los mexicanos colaborasen. La campaña fue un éxito.
Vasconcelos esperó el momento propicio para proponer al presidente Obregón el restablecimiento de la Secretaría de Educación Pública, ya que Carranza la había suprimido por considerar que la enseñanza era una función municipal. Vasconcelos creó la presión política necesaria para lograr su objetivo. Movilizó tanto a los intelectuales agrupados en torno a la Universidad Nacional, como a los hombres de pensamiento, a los maestros, a los periodistas de los estados.
La Secretaría de Educación Pública fue creada, y el 10 de octubre de 1921 José Vasconcelos asumió su titularidad. Desde allí rompió con los viejos moldes académicos y tradicionales, y dio comienzo a una serie de reformas. La prensa de la época nos dice:
El señor licenciado José Vasconcelos está procurando, en efecto, que la influencia educativa de la secretaría que está a su cargo, salga de los limitados recintos escolares y llegue en forma adecuada hasta el pueblo. De ahí su campaña contra el analfabetismo, su propaganda bibliográfica; la organización de un cuerpo de conferencistas que difunden los más necesarios principios elementales de la ciencia y las artes entre las porciones de nuestra sociedad no preparada culturalmente.[ 9 ]
Su deseo de ser nominado para la gubernatura de Oaxaca lo llevó a presentar su renuncia como secretario de Educación Pública en el gabinete de Álvaro Obregón, en julio de 1924. Su prestigio ya estaba consolidado entre los estudiantes y los intelectuales de México. Cabe señalar aquí que nunca obtuvo la nominación deseada, y eso fue motivo para que surgiese un distanciamiento entre él y Obregón.
Volviendo a 1929, no es difícil entender que los estudiosos e intelectuales de la época se identificasen con Vasconcelos, o que lo viesen como "el maestro". Su trayectoria político-educativa justificaba, para sus seguidores, la autoridad moral necesaria para fundamentar su movimiento político moralizador.
Los cuadros dirigentes del vasconcelismo estuvieron formados, en su mayoría, por la generación estudiantil. El fervor que el vasconcelismo generó entre ellos fue realmente extraordinario, dándole un matiz auténticamente religioso. Mauricio Magdaleno nos relata su primera entrevista con Vasconcelos:
Nunca sabrá lo que para nosotros significaba en aquel instante, ni creo que abarcase el extremo de misticismo de nuestra adhesión. Había ahí en aquel cuarto en desorden, cuatro o cinco personas más, pero en realidad no existía nadie para nuestros ojos y nuestro corazón sino única e inconmensurablemente él. Quienes inflamados por sus sendas admiraciones llegaron en peregrinación a conocer a Tolstoi, o a Rabindranath Tagore, o a Mahatma Gandhi, no fueron presas de un disturbio emocional tan intenso como el que nosotros -Manuel Moreno Sánchez y yo- experimentamos ante Vasconcelos. Yo tenía que decir algo, el primero, y a duras penas logré farfullar una vulgaridad cualquiera, celado de un sobrecogimiento punto menos que religioso.[ 10 ]
El vasconcelismo, por su naturaleza moralista así como por el origen de su líder, fue un movimiento fundamentalmente urbano. Esto no debe sorprendernos si reconocemos que no solamente era más fácil que los universitarios comprendiesen las posiciones de Vasconcelos, sino que eran también ellos quienes más se identificaban, en todos sentidos, con él. Los estudiantes y maestros que se convirtieron en los primeros seguidores del movimiento, residían en las ciudades, y si a esto unimos la falta de recursos económicos con que se desarrolló la campaña, comprenderemos las limitaciones de llevar propaganda a áreas rurales o remotas.
El reformismo de Vasconcelos se apoyó en la crítica de lo existente. Sus arengas tomaron formas que ciertamente resultaban más claras para la clase media que para las masas. El tono que daba a sus discursos era el de un académico, y por ello, su acogida fue básicamente urbana. Veamos algunos ejemplos:
Lo primero que urge cambiar es nuestra actitud frente a la vida, sustituyendo el encono con la disposición generosa. Sólo el amor entiende y por eso sólo el amor corrige. Quien no se mueve por amor verá que la misma justicia se le torna venganza. Y sólo saliendo de este círculo de odio, solamente iniciándonos en una nueva disposición de concordia, podremos abordar situaciones dolorosas como la religiosa que lleva años de estar desgarrando las entrañas de la patria.[ 11 ]
Otros temas aparecen más complejos y abstractos:
Quetzalcóatl siempre vuelve y parece que vuelve con más insistencia, precisamente a aquellos sitios donde ha sido más sonada la derrota. Y eso no es por testarudez, sino porque la inquietud suele preparar mejor las almas; las prepara para la redención. Cuando el botín se agota se debilitan los servidores de Huitzilopochtli, y entonces en pleno desastre cuando todo va quedando perdido, Quetzalcóatl aparece tranquilo y sereno [...]. La nación mexicana entera está clamando por el retorno de Quetzalcóatl. Una vez más vamos a darle ocasión, una vez más procuraremos allanarle la senda.[ 12 ]
Vasconcelos procuró presentarse como ese redentor del que habla en la cita anterior. Ahora citaremos otro párrafo suyo en que lo dice con mayor apertura:
Sólo unas elecciones leales podrán traer la paz, podrán desterrar el odio, podrán defender las propiedades mexicanas de seguir pasando a manos extranjeras. La teoría del hombre fuerte está desprestigiada, porque tantos hombres fuertes no han podido darnos ni siquiera un año de paz. Es tiempo de que todos comprendan que ha llegado la hora del hombre justo, y que sólo un hombre justo podía convertirse en el pacificador, en el restaurador.[ 13 ]
Los estudiantes, inflamados por las palabras de Vasconcelos, se movilizaron para formar clubes y organizaciones que apoyasen a su candidato. Organizaron manifestaciones y soportaron heroicamente la represión, actuando con la máxima espontaneidad y con el máximo entusiasmo. En diferentes ciudades del país se organizaron grupos juveniles que arengaron en las plazas públicas, en los mercados, en las vecindades, en los parques o en cuanto lugar podían. Se propusieron, durante toda la campaña, ayudar a su maestro a "despertar la conciencia política del pueblo", organizándose, para ello, con los donativos de sus escuchas.
La espontaneidad, loable en muchos aspectos, termina siendo, si es la única forma de acción, una limitante grave. La campaña vasconcelista tuvo que apoyarse en entusiasmo y recursos económicos espontáneos, siendo esto brutalmente contrastante con los métodos del PNR. Los líderes del vasconcelismo fueron individuos que pudieron dedicarse a la actividad política, pues contaban con recursos personales o familiares para mantenerse, siendo esta otra razón para que haya recaído dicha labor en manos de jóvenes estudiantes de la clase media.
Estos jóvenes voluntarios suplieron, en lo posible, la falta de recursos económicos con su entusiasmo, pero éste no fue capaz de suplir su inexperiencia, la cual se hizo más evidente cuando salían de las ciudades.
Carentes de una formación política y de un buen conocimiento de la realidad del país, no acertaron en otro tema que no girase en torno a la crítica de lo existente y a la promesa de que con "el maestro", todo tendría que ser necesariamente mejor. La idea básica consistía, de fondo, en creer que los problemas del país derivaban de la existencia de "malos políticos" y no de obstáculos socioeconómicos y culturales prácticamente infranqueables. Magdaleno dice:
El tema de nuestras arengas no podía ser más indiscutible, la juventud de México intervenía por primera vez en la vida pública a fin de despertar las fuerzas ciudadanas y de llevarlas al salvamento del país. Nos ofrecíamos, limpios de sangre, oro y oropel, como responsables ante el pueblo de la candidatura de Vasconcelos.[ 14 ]
Dentro de las ciudades pudieron atraer a mucha gente, puesto que lograron que el vasconcelismo fuese identificado como un movimiento que luchaba contra las lacras revolucionarias fundamentales. Miles de gentes apoyaron la campaña por razones que ésta no apoyaba, pero que para ellas era motivo de resentimiento contra el régimen existente.
En las áreas rurales los vasconcelistas resultaron menos convincentes dada la vaguedad de sus exposiciones o por su desconocimiento de la problemática campesina. Magdaleno nos explica cómo trataron de atraer a este sector: "invocamos su adhesión para llevar a la Presidencia a Vasconcelos que para ellos significaría arrancarse a la esclavitud del banco que, por obra de agentes rapaces, era tan despiadada como las antiguas tiendas de raya".[ 15 ]
Como vemos, el argumento no era muy convincente, sobre todo si nos preguntamos cuántos derechohabientes tenían los bancos agrícolas en 1929. De cualquier manera, los bancos, por despiadados que fueran, serían mejor que los agiotistas que eran de hecho los financieros del campo.
La sinceridad con que muchos participaron en la campaña vasconcelista es un hecho comprobado por la entereza con que hicieron frente a la represión, que no sólo fue sistemática en lo referente a entorpecer la campaña, sino que llegó a extremos violentos que culminaron en los asesinatos de Topilejo.
Pero esa sinceridad y esa espontaniedad no llegaron a cuajar, y Vasconcelos no logró formar un equipo político auténticamente profesional. El vasconcelismo careció de maquinaria y programa político hasta el momento en que se unió al Partido Nacional Antirreeleccionista.
José Vasconcelos inició su campaña presidencial el 10 de noviembre de 1929 en Nogales, Sonora. El Comité Pro Vasconcelos acudió a recibir a su candidato que regresaba al país después de una larga estancia en el exterior. Este grupo político estuvo compuesto por Octavio Medellín Ostos, Ángel Carvajal, Salvador Azuela y Antonio Armendáriz entre otros. Fue el de mayor prestigio y relevancia durante esa campaña. Estuvo compuesto por profesionistas prestigiosos que realmente creyeron en Vasconcelos. Además de este grupo, otro que alcanzó bastante importancia fue el Frente Nacional Renovador, compuesto por jóvenes entre 18 y 25 años, entre los que destacaron: Antonieta Rivas Mercado, Vicente y Mauricio Magdaleno, Juan Bustillo Oro, Manuel Moreno Sánchez, etcétera, y cuyo guía era Abraham Arellano.
La falta de profesionalismo político de los grupos que apoyaron esta candidatura resultó evidente. Vasconcelos, para superar esta deficiencia, propuso la formación de un nuevo partido político, el Partido Nacional del Trabajo. Pero dicho intento fue tardío pues no surgió hasta marzo de 1929, es decir, a unos meses de las elecciones presidenciales. Además, los piques y las rivalidades entre el Comité Pro Vasconcelos y el Frente Nacional Renovador hicieron imposible tal moción de orden. Vasconcelos tuvo que reconocerlo, y aceptar formalizar su candidatura a través del Partido Nacional Antirreeleccionista, único de naturaleza liberal que tenía, aunque fuese sólo formalmente, alcances nacionales.
El Partido Nacional Antirreeleccionista de 1929 pretendía seguir la tradición maderista y la liga con sus fundadores. Sin embargo, este partido sólo era, como los otros partidos posrevolucionarios, el instrumento político de alguna personalidad destacada en el momento. En este caso de Vito Alessio Robles. Su conexión con el partido organizado por Madero en 1909 era muy relativa pues dicho partido había sido organizado, como su nombre lo indica, para un enfrentamiento electoral concreto. Pese a ello sobrevivió y Alessio Robles le había infundido suficiente vitalidad como para que Vasconcelos, en el momento en que presionado por el tiempo tomó conciencia de la necesidad de unirse a un partido existente, aceptó hacerlo con el PNA. Aceptó, ya que lo hizo un poco o un mucho a regañadientes, pues no tuvo alternativa. De serlo posible, hubiese deseado evitar esta unión, pues sentía que el PNA estaba ya viciado por su participación en otras candidaturas presidenciales. El PNA, por su parte, tampoco vio con demasiado entusiasmo a Vasconcelos, pues consideraba que, si éste realmente deseaba derrocar a los malos gobernantes, debía haber apoyado la rebelión de Escobar, que recientemente había tenido lugar, para que ésta hubiese tenido mayores posibilidades de éxito. El PNA, conocedor del funcionamiento político del país, tenía pocas esperanzas en los resultados de la votación, pues sabía la facilidad con la que contaba el Partido Nacional Revolucionario para alterarla o manipularla a su gusto. El Partido Nacional Antirreeleccionista había simpatizado con la candidatura del general Antonio I. Villarreal, pero dada la participación de éste en la rebelión, el partido se había quedado sin candidato.
Se hizo el pacto, el PNA obtendría al único candidato de prestigio que había en el país, y Vasconcelos obtenía la maquinaria y el programa político que le eran tan necesarios.
El Programa del Partido Nacional Antirreeleccionista salió a la luz pública el 10 de junio de 1929. El 12 de ese mismo mes, Vito Alessio Robles, presidente del PNA, escribió a Vasconcelos haciéndole saber que para registrar su candidatura y discutirla en la próxima convención de julio, debería contestar por escrito señalando que estaba dispuesto a acatar las disposiciones que señalaba el reglamento de la agrupación a los candidatos presidenciales y que incluía el compromiso de ejecutar el programa de gobierno que la Convención aprobase.
Durante la primera semana de julio se llevó a cabo la Convención del PNA. Fue aprobada la candidatura de Vasconcelos y el programa del partido.
El programa del PNA tocó los problemas nacionales en el siguiente orden: problema político, problema educativo, problema agrario, problema obrero y problema económico. Propone innovaciones tales como (en ese orden): la reincorporación del principio de no reelección, el sufragio femenino, la moralización de la administración pública, el mayor impulso a la educación destinándole una cuarta parte del presupuesto, la implantación de impuestos directos y sobre todo la introducción del régimen parlamentario.
Como podemos observar, este programa presenta los problemas nacionales con un orden de prioridades bastante similar al del PNR, es decir, poniendo problemas políticos y educativos antes que los agrarios. En realidad podemos deducir que tanto este programa como el de su partido rival, están hechos por y para la clase media. Ambos dejan escapar el hecho de que el problema agrario es el fundamental en nuestro país.
El 2 de julio de 1929 fue inaugurada, en el Frontón Hispanoamericano de la ciudad de México, la Convención del Partido Nacional Antirreeleccionista. Las asperezas en la relación entre los vasconcelistas y los antirreeleccionistas se hicieron evidentes en varias ocasiones, llegándose a producir una ruptura en el grupo antirreeleccionista cuando, por influencia de Vasconcelos, se decidió no seleccionar a un vicecandidato para evitar que dicho nombramiento recayese en el antirreeleccionista Calixto Maldonado.
En julio de 1929 Vito Alessio Robles dejó la presidencia del PNA al lanzar su candidatura para gobernador del estado de Coahuila. Su decisión, no consultada con Vasconcelos,[ 16 ] tenía por objeto probar la participación del gobierno en las elecciones. Éstas tendrían lugar en Coahuila, dos semanas antes de las presidenciales, lo cual daría tiempo a Alessio Robles, en caso de que ambos fuesen declarados oficialmente perdedores, a organizar la rebelión vasconcelista en Coahuila.
El candidato que el Partido Nacional Revolucionario presentó para la gubernatura de Coahuila fue Nazario Ortiz Garza. Esta contienda electoral recibió gran atención de parte de los partidos políticos involucrados y del público en general, pues era vista como ejemplificadora del concurso presidencial. Alessio Robles actuó de acuerdo con la tónica vasconcelista: atacó el enriquecimiento ilícito de los políticos revolucionarios. En este caso, concentró sus baterías contra Manuel Pérez Treviño, padrino político de Nazario Ortiz Garza y presidente del Comité Ejecutivo del PNR.
El esfuerzo de Alessio Robles por conseguir el apoyo del norte para la causa vasconcelista fue secundado por Abraham Arellano, quien acudió a sus amigos algodoneros y mineros de Coahuila y Chihuahua. Así, la campaña del partido antirreeleccionista se extendió por varios estados y fue encontrando mayores dificultades en tanto más se acercaba el día de la elección.
La promesa del presidente Portes Gil, de mantener un ambiente de respeto y libertad para que en él se desarrollase la campaña presidencial fue violada sistemáticamente. El asesinato de Germán del Campo, en la ciudad de México, tuvo un gran impacto, pues puso en evidencia la acción represiva del gobierno. La violencia estaba a flor de piel, baste señalar que en la víspera de las elecciones fue herido en la cabeza el jefe de la policía del Distrito Federal.
El 17 de noviembre de 1929 tuvieron lugar las elecciones, y el 28 de ese mismo mes el Congreso de la Unión declaró a Pascual Ortiz Rubio presidente electo de la República Mexicana. Los resultados oficiales de la votación fueron los siguientes: Ortiz Rubio 1 948 848 votos y Vasconcelos 1 110 979 votos.
Es imposible conocer la verdad sobre esa elección, pero es evidente que las cifras oficiales son falsas. Vasconcelos contaba con un apoyo mucho más numeroso. Sin embargo, en términos de poder no tuvo ni el carácter ni la fuerza para hacerse respetar: al conocer el resultado oficial de la elección viajó a Estados Unidos, y desde allí, publicó el Plan de Guaymas.
Fechado el 1o. de diciembre de 1929, el mencionado plan afirmaba que Vasconcelos era el presidente electo de México, ya que el recuento electoral había sido una burla. Por lo mismo, desconocía a los poderes federales, estatales y municipales, y concluía señalando que el presidente electo dejaba el país, pero que regresaría a tomar las riendas del poder tan pronto como un grupo de hombres armados estuviese en condiciones de hacerse respetar.
Los vasconcelistas, miembros de la clase media urbana, nunca organizaron la rebelión: aceptaron silenciosamente la imposición de la elite política hegemónica. El Partido Nacional Revolucionario se consolidó, desde entonces, como partido único.
Las conclusiones que de esta contienda electoral podemos deducir son las siguientes:
1. Si el vasconcelismo triunfó en las urnas, hecho imposible de comprobar, no tuvo la capacidad de hacerse respetar, ya que no pudo organizar una rebelión armada. Apoyar su victoria en un proceso democrático implicó un desconocimiento total de la realidad política del país.
2. La campaña vasconcelista obligó al incipiente Partido Nacional Revolucionario a actuar con una rapidez inusitada, ya que tuvo que enfrentarse a un opositor popular, organizando una maquinaria electoral que habría de convertirlo, desde entonces, en un partido único.
3. Vasconcelos, como candidato, fue muy superior a Pascual Ortiz Rubio. Sus palabras fueron más bellas y mejor dichas, sobre todo porque no se dejaron ensuciar por la realidad, que no por sórdida era menos existente.
El PNR, corrompido y todo, es sin embargo un grupo unificado por sus intereses bajo la jefatura del general Calles; rico con la riqueza del erario, fuerte con la fuerza del ejército y disciplinado con la disciplina obligatoria, pero efectiva de la amenaza del cese.[ 17 ]
[ 1 ] Roger D. Hansen, La política del desarrollo mexicano, México, Siglo XXI Editores, 1971, p. 206.
[ 2 ] En adelante CEN.
[ 3 ] El Nacional Revolucionario, 10 de agosto de 1929.
[ 4 ] El Nacional Revolucionario, 9 de junio de 1929.
[ 5 ] El Nacional Revolucionario, 27 de junio de 1929.
[ 6 ] Mauricio Magdaleno, Las palabras perdidas, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 9.
[ 7 ] Mauricio Magdaleno, Las palabras perdidas, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 60.
[ 8 ] Rebeca Shvadsky Gaj, José Vasconcelos educador y biógrafo de su tiempo, tesis profesional, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1967, p. 37.
[ 9 ] El Universal, 23 de febrero de 1922.
[ 10 ] Mauricio Magdaleno, Las palabras perdidas, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 57.
[ 11 ] José Vasconcelos, Discursos 1920-1950, México, Botas, 1950, p. 120.
[ 12 ] El Universal, 26 de noviembre de 1928.
[ 13 ] El Universal, 1 de abril de 1929.
[ 14 ] Mauricio Magdaleno, Las palabras perdidas, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 35.
[ 15 ] Mauricio Magdaleno, Las palabras perdidas, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 70.
[ 16 ] John W. F., Dulles, Yesterday in Mexico. A chronicle of the Revolution, 1919-1936, Austin, University of Texas Press, 1967, passim, p. 469-480.
[ 17 ] Luis Cabrera, Veinte años después, México, Botas, 1937, p. 171.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 7, 1979, p. 147-165.
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